El suicidio suele estar considerado como un acto y propósito individual, pero es algo mucho más complejo que esto: abarca una problemática social y sanitaria. No existe una causa unívoca por la cual alguien toma esta determinación, se trata de un conjunto de factores riesgos que atraviesan lo subjetivo, familiar y cultural.
El suicidio es un problema de salud pública, pero suele estar impregnado de mitos, tabúes y estigmas. Cada caso de suicidio afecta gravemente no solamente a la persona, sino a su familia y entorno. Esto puede evitarse con prácticas y políticas públicas de prevención para atenuar los casos que se incrementan año a año.
Según la OMS, unas 800.000 personas se suicidan por año. Como sigue siendo un tema tabú y silenciado, es muy probable que estas cifras sean aún mayores.
Según el Ministerio de Seguridad de la Nación, en el año 2021, se registraron 3.649 muertes por suicidio, esto equivale a 10 muertes de suicidios por día.
De esos números se estima que el 79% son varones, y el 19,7% mujeres. El suicidio es la segunda causa de muerte violenta en el país, muy cerca en sus cifras con la primera, que son las muertes viales.
Creemos que es una problemática que puede ser prevenida, si se habla y aborda responsablemente desde una perspectiva de prevención primaria en Salud Mental y en manera colectiva con la comunidad. Es por ello que hay que hablar de suicidio y salud mental, sacarlo del lugar de tabú, vergüenza o culpa, porque lo que mata es el silencio, no la palabra.
Son muchos los factores de riesgo que se entrelazan en este proceso, no es uno solo. Hablamos sobre los diferentes factores de riesgos que pueden influir y a los que estamos todos expuestos por ser seres sociales, haciendo foco en la adolescencia, etapa donde se transitan muchas situaciones de riesgo.
Detallamos también, las diferentes señales que nos pueden estar dando, personas allegadas con ideaciones suicidas, porque es un mito que no lo dicen, nos los advierte de manera directa o indirecta: hablar o estar enfocados en la muerte, con escritos, conversaciones o en las redes; aislamiento, desesperanza, llantos inconsolables, aburrimiento persistente; comportamientos de riesgos o autolesiones; desinterés por todo lo que le gustaba; sufrir cambios en la alimentación o en el sueño; conflictos con pares o amorosos; estar expuestos al bullying. El rol de la familia, es fundamental para detectar estas señales, y trabajamos como podemos actuar ante tales indicios; también nos interpelamos acerca de la diferencia significativa entre hombres y mujeres, en las tasas estadísticas.
Tratamos de dar cuenta cuales son los factores protectores que podemos desarrollar, como forma de prevención del suicidio: Esto es, a través de una escucha activa y empática para que las personas expresen cómo se sienten en un entorno de confianza, desarrollar vínculos saludables, ayudarlas a que tomen decisiones de manera autónoma, acompañar en situaciones de estrés y conflictos, brindarles las palabras de afecto necesarias para que tengan buena autoestima, acompañar y estar atentos a lo que le pasa al otro, dialogar no en forma de interrogatorio, no obligar pero sí motivar a que se hagan consultas profesionales con psicólogos o psiquiatras. Validar las emociones del otro sin juzgarla o minimizarla, pesando que “son cosas pasajeras”, evitar dar sermones y desestigmatizar la búsqueda o ayuda profesional, asociándola con la locura.
Este encuentro, lo hacemos a través de una construcción colectiva, desde dispositivos comunitarios, entre todos los asistentes, porque creemos que la prevención primaria en salud mental, siempre se hace en red.