Un recorrido por el Cementerio de la Recoleta es una invitación a conocer los inicios del arte escultórico en la Argentina. Con 200 años de historia, este espacio patrimonial y destacado punto de interés turístico de la ciudad alberga piezas creadas por renombrados artistas. La protección de parte de estos bienes a la intemperie es asumida por un equipo de expertos que desempeña una labor de conservación y restauración en tres dimensiones, acompañada de un plan de registro audiovisual de las piezas de arte.
Por primera vez, la necrópolis cuenta con un área específica para el desarrollo de estas tareas, que son dirigidas por el restaurador Miguel Crespo, especialista en la preservación de obras patrimoniales a la intemperie. Con un amplio bagaje detrás, el proyecto presenta un carácter pionero y aspira a marcar precedentes a replicar en otros cementerios del país y del mundo.
“Contar con un equipo de restauración propio tiene una importancia fundamental para preservar el patrimonio escultórico que tiene el cementerio, nuestro deber es protegerlo para las generaciones futuras”, destacó Julia Domeniconi, secretaria de Atención Ciudadana y Gestión Comunal del Gobierno porteño, organismo del que depende la Dirección General de Cementerios de la ciudad. “Año tras año notamos un incremento constante de visitas, eso demandó de parte de la Ciudad un plan que nos permita poner en valor todo su patrimonio como elemento central de su atractivo internacional”, agregó la funcionaria.
Gran parte de los más destacados mausoleos y piezas sepulturales y escultóricas de la Recoleta son creaciones artísticas y arquitectónicas realizadas entre 1880 y 1930 por escultores nacionales de la talla de Lola Mora, Lucio Correa Morales, Troiano Troiani, Alfredo Bigatti o Antonio Pujía, y extranjeros como Jules-Félix Coutan o Ettore Ximenes.
El área de restauración del cementerio se encarga de preservar y recuperar sepulcros históricos nacionales. De las 5.000 bóvedas del cementerio, 90 poseen tal calificación, y se calcula que ya se ha intervenido con acciones un 80% del total. El equipo trabaja por núcleos, por sitios donde se ubican varios monumentos juntos o dentro de unidades conceptuales, con la finalidad de consolidar una percepción del patrimonio de la obra en su entorno y dentro de un plan global.
“La materialidad que hoy vemos en este espacio intramuros fue creada en un momento muy importante dentro del arte argentino, el de nuestros primeros escultores. En esas décadas se creó el Museo Nacional de Bellas Artes y las firmas que están en el cementerio, están también en el museo”, explica Miguel Crespo, quien dedicó largos años al estudio de piezas de arte en exposición de intemperismo a través de becas de investigación del Conicet.
Si bien el trabajo del experto en el lugar se remonta a 2002, no ha sido hasta este año, tras la percepción de ingresos gracias al cobro de la entrada a los turistas extranjeros de acuerdo a la Ley 4977 -que establece que el producto de las entradas debe volcarse exclusivamente al mantenimiento y restauración del patrimonio histórico, cultural y arquitectónico de cementerios-, que las direcciones de Cementerios y Patrimonio de la Ciudad consolidaron un programa institucional con un área de restauración específica para Recoleta. “Es un hecho fundacional que puede sentar metodología de intervención”, remarca el coordinador del área.
La restauración implica hacer un diagnóstico para conocer qué alteraciones sufrieron las obras con el paso del tiempo, cuyo deterioro puede deberse a los órdenes de los materiales como de la lectura de la obra. Una vez que se identifican las causas de cada alteración, se elabora un plan de intervención para cada pieza tridimensional.
El trabajo, que es realizado por el director del equipo en coordinación con las restauradoras Paula Booth y Lorena Pacora, se realiza por sectores. Suele comenzar por los frentes de las bóvedas, continuando por los perfiles y partes posteriores.
Las obras que conforman el patrimonio histórico de la Recoleta están realizadas sobre soporte inorgánico (piedra/metal y símil piedra-formulación de piedra artificial autóctona de Buenos Aires, que imitaba a las materialidades y estéticas europeas-), en su mayoría bronces y mármoles traídos de Europa. La restauración consiste, entonces, en la limpieza y recuperación a su estado original de estos materiales.
En cada intervención, se hace un diagnóstico de la obra para conocer las patologías o alteraciones que presenta dentro de un trabajo interdisciplinario de investigación sobre las reacciones químicas y físicas que alteran los soportes de las obras. A partir de ahí, se planifica la restauración.
Las causas de deterioro de las piezas pueden ser de origen natural o antrópico. Las primeras se refieren a parámetros meteorológicos como la humedad relativa, la lluvia, los vientos, la temperatura o la solación, mientras que las otras parten de la contaminación urbana o la intervención humana. Al situarse dentro de un área densamente poblada, afectan a las piezas agentes contaminantes urbanos como el material particulado carbonoso, el azufre y otros elementos asociados a la polución, el tránsito vehicular o, en su momento, los incineradores de los edificios.
“Al hacer el diagnóstico nos tenemos que ir muy atrás en el tiempo: el ambiente hoy está más controlado, pero las patologías quedaron en las obras. En el análisis vemos lo que ocurrió décadas atrás y, aunque el ambiente ha mejorado y no tiene la densidad de contaminación que tuvo, las alteraciones producidas en aquel momento hoy están presentes y nosotros tenemos que retirar esos rastros de contaminación”, precisa Crespo.
En palabras de la gerenta operativa del cementerio, Sonia Del Papa Ferraro, “el patrimonio de Recoleta va más allá de los monumentos y la arquitectura, hay que cuidar los solados, porque es un sitio muy antiguo, las cañerías, los subsuelos o los efectos del follaje que crece en determinadas zonas, la forma en que ceden los muros con el tiempo por el peso, los factores climatológicos y hasta influye la ubicación del cementerio en medio de esta ciudad. No es lo mismo el deterioro de monumentos sobre la calle Junín, que no tiene tránsito, a los situados sobre Azcuénaga, donde se verán los rostros y cuerpos de las esculturas ennegrecidos producto del tránsito”.